La familia Alegre y sus
extraños vecinos
En
los alrededores de una pequeña localidad sin nombre situada en un remoto lugar,
cubierta día y noche por una espesa niebla, vivían tres familias cerca de un río
donde sus aguas de color gris se confundían con la continua niebla. En una
pequeña casa de madera con grandes ventanales de color miel residía la familia
‘Triste’. Su nombre era debido a que, los pocos días que relucía el sol, se
asomaban por la ventana y al ver sus preciosos destellos comenzaban a llorar.
Sin embargo, sus vecinos, la familia ‘Alegre’ que vivían en una pequeña casa de
color amarillo, los días que la niebla se disipaba y podían contemplar el sol,
brincaban emocionados y se ponían a cantar hasta que desaparecían los últimos rayos
del luminoso cielo. A pocos metros, en una casa de color gris, vivía la familia
‘Oscura’. Les llamaban así porque siempre iban vestidos de negro y cuando salía
el sol se encerraban en su casa tapando las ventanas y cualquier rendija por
donde pudiera entrar la claridad.
Las tres familias eran totalmente diferentes, pero sus
caminos se habían cruzado al elegir residir en el mismo lugar. Se relacionaban
poco, cada uno realizaba sus quehaceres diarios y se saludaban con amabilidad
cuando se cruzaban bajo la espesa niebla, pero ninguno entendía la forma de ser
del otro.
La familia ‘Triste’ fabricaba violines acústicos y, al
anochecer, hora en la que comenzaban a tocarlos, el sonido de sus notas se
confundía con el rugir del viento que anunciaba las extrañas tormentas de polvo
que se producían en la noche. Todos pensaban que esas tormentas las provocaban
las melodías que sus tristes vecinos tocaban.
La familia ‘Alegre’ elaboraba exquisitas tartas caseras
que vendían por encargo, sin embargo, ninguno de sus vecinos las había probado.
La familia ‘Oscura’ nadie sabía a qué se dedicaba. Por
las mañanas se adentraban en el tenebroso bosque que los rodeaba y no
regresaban hasta el anochecer.
Al llegar la Navidad, la familia ‘Alegre’, como de
costumbre, adornó su casa con bonitas luces y decidió hacer las dos tartas más sabrosas
del mundo para regalárselas a sus vecinos. Al anochecer, hora en que regresaban
sus vecinos ‘Oscuros’ del bosque, fueron hacia su casa para entregársela. En
ese momento se escuchó el sonido del violín y una fuerte ventisca helada
comenzó a cubrir de nieve toda la zona. Contentos por tal acontecimiento
inusual y, aunque muertos de frío, comenzaron a cantar esperando la pronta
llegada de sus vecinos. Pero ello no ocurrió. Cuando la triste música se dejó
de escuchar, los copos de nieve dejaron de caer y decidieron ir a casa de la
familia ‘Triste’ a dejarles la tarta, pero ya estaban acostados. Sin perder el
ánimo decidieron entregárselas por la mañana.
Al día siguiente un radiante sol los despertó
inesperadamente. Llenos de júbilo, después de abrir las ventanas salieron al
exterior y, con las dos tartas en las manos se dirigieron a la vivienda de los
‘Oscuros’, pero no había nadie. Sin esperarlo, observaron a un señor que, con
paso firme, se dirigía hacia ellos; era un forastero. El hombre les explicó que
venía de un largo viaje y estaba sediento. Como la casa más cercana era la de
los ‘Tristes’ lo acompañaron sin dejar de entonar una bonita canción. El
hombre, aunque extrañado por su comportamiento, no les dijo nada. Al llegar a
la casa y observar los maravillosos violines se interesó por ellos y les pidió
que si los podía probar. Tomando uno entre sus manos tocó una preciosa melodía,
lo que hizo que los ‘Alegres’ bajaran el tono de su canto. Los ‘Tristes’
comenzaron a llorar; el hombre no daba crédito a la extraña situación: unos no
dejaban de cantar y los otros lloraban sin parar... Todo era muy raro. Al
preguntares por los habitantes de la otra casa, pensando que iban a ser más
normalitos, le comentaron que solo los podría ver al anochecer, si es que
llegaban. El hombre, al ver la tarta que portaban les pidió probarla. Era un
obsequio para los ‘Tristes’, pero con agrado accedieron a compartirla.
Todos se sentaron alrededor de una mesa. El hombre se
presentó como Pablo, una persona a la que le gustaba viajar por el mundo y
conocer las distintas culturas y las cualidades de los seres humanos. Alabó la
perfección de los violines y la exquisitez de la tarta. Los ‘Alegres’,
emocionados, dejaron por unos segundos de cantar para agradecer sus palabras;
los ‘Tristes’ se pusieron a llorar. Pablo, viendo tal espectáculo, les preguntó
por qué unos no dejaban de cantar y otros de llorar, a lo que les respondieron
que ellos eran así.
—Ni la alegría debe ser desmesurada ni el llanto eterno
—les dijo Pablo.
Los ‘Tristes’ continuaron llorando y los ‘Alegres’
cantando.
—Sois tan diferentes que da hasta miedo... Y, vuestros
vecinos, ¿cómo son? Después de conoceros a vosotros, imagino que alguna
peculiaridad deben de tener.
El padre de la familia ‘Alegre’ le explicó que todos
los días se introducían en el bosque y no volvían hasta el anochecer, pero la
noche pasada no regresaron.
—¿Y no se os ha ocurrido que les ha podido pasar algo?
¿Es que no os ayudáis entre vosotros? Sois las únicas tres familias que vivís
en la zona, deberíais preocuparos los unos de los otros.
Todos agacharon la cabeza; unos dejaron de cantar y los
otros de llorar.
—Por lo que he observado, ni siquiera os habláis entre
vosotros. Explicadme bien, por favor, ¿por qué unos cantáis sin parar y otros
lloráis sin consuelo?
—Cantamos cuando
algo nos hace felices, como cuando sale el sol. Vivimos rodeados de tiniebla y
es nuestra forma de celebrar que algo nos gusta.
—Nosotros lloramos cuando algo es diferente a nuestra
monótona vida. Estamos acostumbrados a vivir siempre tristes y la belleza y las
cosas buenas nos asustan.
Pablo se quedó pensando. Cada uno de ellos tenía una
explicación razonable, aunque no lógica.
—Sí a unos os gustan las cosas que os hace felices y a
otros las tristes, podíais hacer algo en común: ir al bosque a buscar a
vuestros vecinos. Para unos os resultará triste que se hayan perdido y los
otros os alegraréis de encontrarlos.
Todos se miraron y sin poner ningún reparo asintieron
con la cabeza. Guiados por Pablo salieron de la casa y se metieron en el
bosque. El sol brillaba en lo alto, pero la familia ‘Alegre’ no cantaba.
—¿Por qué no cantáis?
—Por las palabras que nos ha dicho; no sabemos si
podemos hacerlo.
—Claro que podéis cantar y ellos llorar. Ahora sí que
es necesario, pues vuestros vecinos, si se han perdido, os escucharán y podrán
encontrarnos.
Rápidamente y con ganas, unos se pusieron a cantar y
otros a llorar. Pablo tomó unas hojas de un pequeño árbol y se tapó los oídos.
Estaba atardeciendo y los ocultos no aparecían. De
repente, alguien salió de atrás de un árbol: era el padre de los ‘Oscuros’.
—Os he reconocido por vuestros lloros y cantos. Gracias
por venir a buscarnos. Ayer mi mujer y mis hijos se cayeron por un precipicio.
No están graves, pero no pueden andar bien. Como somos alérgicos a luz del sol venimos
a este bosque donde sus enormes árboles tapan la claridad. Mi familia está
dentro de una cueva hasta que se encuentren mejor.
—¿Pueden caminar? —le preguntó Pablo.
—Solo con ayuda. Lo he intentado, pero solamente puedo
ayudar a uno.
—Nosotros somos muchos y os ayudaremos entre todos a
llegar hasta vuestra casa.
Todos asintieron y, al anochecer, ayudaron a los
‘Oscuros’ a regresar a su hogar.
Una vez en su casa, los ‘Oscuros’ en muestra de
agradecimiento los invitaron a cenar la noche siguiente y así celebrar juntos
la Navidad. Pablo agradeció su ofrecimiento, pero no tenía dónde pernoctar. Los
‘Alegres’ enseguida le invitaron a pasar la noche en su humilde morada.
La noche siguiente todos se reunieron en la casa de los
‘Oscuros’. Sorprendentemente estaba decorada con colores claros dando mucha
luminosidad a la vivienda. Un enorme árbol de Navidad adornado con grandes
bolas doradas presidía la entrada del salón. Junto al árbol había tres cajas
con enormes lazadas. En el centro había una gran mesa perfectamente dispuesta y
decorada con motivos navideños. Algo cohibidos, se sentaron en la mesa.
La madre de los ‘Oscuros’ cogió las cajas y le entregó
una a cada familia y la otra a Pablo: eran sus regalos en muestra de
agradecimiento por la ayuda prestada. Los ‘Alegres’ estaban tan contentos que
se pusieron a cantar y los ‘Tristes’ a llorar. Así se llevaron toda la cena,
entre plato y plato, y, esta vez, ni siquiera Pablo les reprimió su actitud.
Ahora que los conocía aceptaba su original forma de ser. Lo importante era que
las tres solitarias familias, diferentes por fuera y por dentro, se habían
unido y ya por siempre serían grandes amigos.
Y Pablo
comprendió que, si das lo mejor de ti y ayudas a los demás, los otros verán tus rarezas como
hermosas.
Cristina Font Briones
¡Feliz Navidad!