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martes, 28 de enero de 2020

Relato corto: Lo que la belleza esconde



Este relato lo escribí en el año 2011, época en la que todavía escribía como hobby sin pensar en publicar las historias que salían de mi imaginación. Sin embargo, la vida da tantas vueltas que al año siguiente envié el manuscrito de mi primer libro, ‘En otro lugar: Violetalia’ a una editorial y al cabo de unos meses lo publicaron. A partir de entonces comenzó mi andadura literaria. Mi último libro, ‘Rosas al anochecer’ es el séptimo que he publicado. Cuando se tiene una habilidad especial en algún momento de la vida sale a la luz.
Al volver a leer recientemente este relato me he dado cuenta de que mi forma de escribir en la actualidad ha mejorado mucho. Cuanto más escribes, mejor lo vas haciendo. Hay que ser constante y tener una disciplina, pero sobre todo mucha ilusión.
Si algo es para ti, te encontrará.    

LO QUE LA BELLEZA ESCONDE


Abrí los ojos; no sabía dónde estaba ni cómo había llegado hasta allí. Me encontraba en una barca en medio del mar, mojado y con sangre en la camisa, sin embargo, no estaba herido.
Era de noche, todo estaba en silencio, el mar en calma. La oscuridad me impedía divisar dónde me encontraba hasta que algo iluminó la barca. Siguiendo el rastro de la luz contemplé a lo lejos un faro y, entonces, recordé.
Por la tarde había acudido a una cita con ella. Me había comunicado que tenía algo importante que contarme y quería quedar en un lugar apartado, en el faro.
Cuando la conocí en aquel bar, me contó que alguien la perseguía y tenía miedo. Su belleza me atrapó e, instintivamente, quise protegerla. A partir de ese día comencé a recibir llamadas anónimas en las que, una voz grave de hombre, me amenazaba si volvía a verla. Lo primero que pensé fue que sería algún novio celoso; no era de extrañar, ella era preciosa. Deseando saber la verdad, le pedí que confiara en mí y me explicara lo que estaba ocurriendo.
Y así fue cómo me enteré de que pertenecía a una familia siciliana involucrada con la mafia. Ella había huido de su país, pero la habían localizado. Lo que no comprendía era que tenía que ver yo en todo esto, pero no me importaba con tal de estar cerca de ella.
Hasta que la conocí, me consideraba un hombre inteligente en todos los aspectos: era el propietario de una de las mejores empresas de seguridad del país y estaba muy valorado. Por prudencia, decidí no contárselo a nadie, ni siquiera a mi mejor amigo; sabía que no estaba actuando con la cabeza, pero me sentía embriagado por ella y anhelaba estar a su lado.
Cuando llegué al faro, ella ya estaba allí. Nada más verme me informó de que la mafia ya sabía dónde vivía y que necesitaba un sitio dónde esconderse. Le propuse que llamara a la policía, pero enseguida se negó. Me extrañó que me hubiera citado tan lejos para decirme lo que me hubiera podido decir por teléfono. De repente, escuché un ruido: eran pisadas. Pensé que alguien la habría seguido. Contemplando el lugar, observé  unos trozos de cristal rotos en una ventana y, sin dudarlo, me dirigí hacía donde estaban y tomé un par de ellos. Cuando regresé, ella no estaba. La llamé, la busqué, pero no la encontré. De improviso, alguien apareció; era un hombre, tenía cubierta la cara y llevaba un cuchillo en la mano. Detrás de él, estaba ella. Después de mirarme fijamente, se dirigió hasta el hombre y con seguridad le dijo: «todo tuyo, yo ya le cumplido mi parte». El hombre se abalanzó sobre mí y, antes de que pudiera apuñalarme, le clavé con todas mis fuerzas los cristales en el cuello y se cayó al suelo. Nervioso, le descubrí la cara, y le pregunté quién era y por qué quería matarme. El hombre casi inconsciente dijo dos palabras: Tom Dalw. Me quedé helado.
Salí corriendo de allí, vi una barca y me subí, pero del impulso caí de cabeza y me desmayé. Ahora sabía dónde estaba y por qué. Tom Dalw era el dueño de una de las empresas de la competencia, llevaba tiempo intentando retirarme del mercado sin éxito, pero, ¿quién era ella?